sábado, 6 de julio de 2013

5º y 6º día: Koh Tao - Koh Phangan

El segundo día en Koh Tao fue casi tan intenso como el primero. Todavía con las energías del día anterior, nos levantamos a las siete y salimos con las motos hacia el norte en busca de algún rincón que nos hubiera quedado por ver. Al norte de la isla hay rincones especiales: un complejo hotelero en obras, entre vegetación tropical, lleno de terracitas frente al mar, con intrincadas subidas y bajadas, nos ofrece unas vistas de ensueño de la doble islita de Ko Nang Yuan, cuyas dos partes están unidas por un hilo de playa blanca. Cerca de Mango Bay, después de jugarnos el tipo por cuestas imposibles de asfalto y tierra, descendimos caminando hasta una playa casi escondida entre rocas gigantes de granito: solos los tres, buceamos de nuevo cerca de la orilla entre grandes corales y peces con colores de fantasía.

A las diez de la mañana devolvimos las motos y desayunamos en nuestro restaurante de costumbre: mesas y bancos de madera bajo un chozo, el jefe sonriente y servicial, la jefa muy delgada y alegre, ambiente agradable, tortitas de plátano y piña, y sopa de coco con tropezones de plátano. Nuestro bungaló al pie de la playa nos ofreció un rato de placentero descanso, tumbados en las hamacas y mecedoras de madera bajo las palmeras. Muy cerquita está la Shark Bay, que sólo conocíamos desde arriba: ahora nos bañamos en una playita entre rocas, buceamos, vimos peces de nuevo, e incluso Omar, que entiende y sabe y se atreve más, vio de cerca un tiburón. Son pequeños tiburones de arrecife, que no sólo no atacan sino que se asustan de las personas y cambian de trayectoria en cuanto las ven. Salimos del agua y atravesamos pasadizos entre las grandes piedras para llegar a una gran playa de arena blanca y palmeras y algo más. Era la playa de un gran resort en la que descansaban y leían libros parejas de suecos jóvenes y viejos, con piscinas al lado del mar, cabañas lujosas entre palmeras y jardines con césped por los que correteaban niños rubios. Es el otro turismo de Tailandia: descanso y paz en el trópico en cualquier época con todas las comodidades para carteras nórdicas.


Subiendo las cuestas que nos llevaban a la carretera sentimos hambre, y la saciamos sentados en la hierba y dando cuenta de algunas frutas compradas en un puestecillo: una sandía, varios mangostanes, un racimo de salak o fruta de la serpiente. Vuelta a nuestro restaurante de referencia para comer unos noodles, y bañito tranquilo en nuestra playa a media tarde. El atardecer lo vimos mientras recorríamos una pasarela en obras que nos llevó a un bar terraza sobre el mar: cerveza y cena tranquila, y vuelta al bungaló. 
 

El día siguiente fue de tránsito: Omar buceó un rato cerca de nuestra playa, pero lo demás fue preparar la mochila, caminar hacia el desayuno en nuestro rincón favorito, hacia el puerto después, esperar durante varias horas a que el barco saliera bajo un cobertizo bien ventilado. El barco que nos sacó de Koh Tao era un catamarán bastante cómodo y rápido: en poco más de una hora desembarcamos en el puerto de Koh Phangan, cuarenta kilómetros al sur.

Koh Phangan es una isla mucho más grande que Koh Tao, con decenas de playas para turistas europeos convencionales en el sur y este, y ambiente algo más tranquilo en el norte. Lo primero que hicimos fue alquilar unas motos. En Koh Phangan las carreteras son muy parecidas, pero aquí sí hay que llevar casco y hay más conductores locales. Recorrimos la carretera que bordea la costa este hasta dar con nuestro hogar en esta isla, un bungaló a pie de playa en Coral Bay, en el norte, después de sondear precios otras playas de camino. Una cena ligera en un cruce de caminos con poca iluminación, y vuelta al descanso de nuestra nueva playa, donde con wifi y una cerveza Leo planificamos la jornada aventurera del día siguiente.

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